Interpretación De Pinturas Famosas
María Edelmira Ovies López 
El objetivo de este trabajo final realizado por los alumnos de 4º de la ESO, ha sido la observación minuciosa de una obra pictórica de su elección, para someterla posteriormente a una reinterpretación personal.
El análisis exhaustivo de significantes y significados, ha dado lugar a nuevas apariencias que invitan al espectador a una reflexión personal a partir de la observación de los cambios efectuados sobre la obra original, independientemente de cúal haya sido la intención del autor de la transformación.
Anexos a la exposición de las obras, se facilita una pequeña sinopsis del original de procedencia para facilitar la mejor apreciación de las diferentes versiones.
Las técnicas utilizadas,fácilmente detectables en las propias obras, han sido: témperas, acrílicos, lápices de color, rotuladores, cera, cera en dilución, y tizas. El soporte cartulina blanca, alguna sobre lámina de madera.
Listado de obras, autores originales y alumno que interpreta la obra:
1- American Ghotic, de Grant Word. Claudia GLez Panadero y Angela Pereira.
2- Adán y Eva de Lucas Granach el Viejo. Lucía Alonso Nicieza.
3- Marylin de Andy Warhol. Anahí Menéndez Hernández.
4- El matrimonio Arnolfini de Jan Van Eyck. Alba Viejo Rodríguez.
5- La toilette de Tolouse Lautrec. Iván González Espina.
6- Chicos comiendo fruta de Murillo.Natalia García Fdez.
7- Las espigadoras de Millet. Manuel Díaz Ruiz.
8- Los jugadors de cartas de cézanne. Ignacio Iglesias Belderain.
9- El grito de Edgar Munich. Yaiza Pisqa Jiménez.
10- La desintegración de la persistencia de la memoria de Dali. Borja García Rivero.

Adán y Eva de Lucas Granach el Viejo. Lucía Alonso Nicieza.
Las espigadoras de Millet. Manuel Díaz Ruiz.
El matrimonio Arnolfini de Jan Van Eyck. Alba Viejo Rodríguez.
La toilette de Tolouse Lautrec. Iván González Espina
Chicos comiendo fruta de Murillo.Natalia García Fdez

Marylin de Andy Warhol. Anahí Menéndez Hernández





El grito de Edgar Munich. Yaiza Pisqa Jiménez

La desintegración de la persistencia de la memoria de Dali. Borja García Rivero



American Ghotic, de Grant Word. Claudia GLez Panadero y Angela Pereira.
Los jugadors de cartas de cézanne. Ignacio Iglesias Belderain.
Aquí podéis leer el cuento que ha sido finalista del concurso literario La Felguera 2012-
La autora María Edelmira Ovíes López es profesora de educación plástica y visual en este centro.
Nuestras más sinceras felicitaciones a nuestra compañera.

SER UN ENSER

Estaba allí, yacente, acabado, en el oscuro vientre negro del contenedor arrimado a la esquina por donde se salía y se entraba. Aún no del todo inmóvil, sino respondiendo a los embates de otros enseres a los que había contribuido a recrear.
Tenía en sí una cuchilla alargada, oblicua un cuarto de su anchura como se inclinan los muelles en las dársenas a buscar el mar. Una cabeza aplanada de acero con una hendidura en el medio, la sujetaba al resto del cuerpo desmembrado en dos a lo largo, pero aún no del todo separado, por las curvas caprichosas de cómo su cuerpo quebró.
Y ya parecía olvido, cuando en la memoria de ese tiempo que danza hacia delante y hacia atrás, aparecieron como laboriosas hormigas saprófitas, aquel elenco de actores que ciegos, llevaron a cabo su crimen.
Uno se levantó porque quiso. Porque pensó que algo no iba bien. Y trajo con él algo de aquello con lo que estaba haciendo su trabajo, que entre sus manos trémulas sorteaba los dedos sin que en aquel estado sirviera para nada.Y aquel que ahora parecía abandonado, supo entonces hacerlo cobrar vida, sin decir nada, sin pedir nada. Tal como ahora, en silencio.
Era de aquella materia de la que no se hacen las cosas que se piensan para durar. De un color primario y amenazador, no por la calidez del pigmento sino por la pureza del color. Pero ya abierto, dejaba ver la inconsistencia de lo inerte en la repugnancia blanquecina que asaltaba los bordes, como una baba instalada en las crestas del mar, procedente de no se sabe cuántas complejas fermentaciones de seres y enseres que algún día fueron, estuvieron, vivos. Su boca grande, se estrechaba a lo largo como un embudo, tanto que había sido necesario facilitarle un desahogo en su tercio final para liberar su organismo de todo lo que no llegara a tener la naturaleza de polvo cuando engullía. Mientras comía, no se alimentaba a sí mismo, sino que simplemente transformaba lo que le llegaba, haciendo de ello caprichosas formas dirigidas con la misma batuta pero incontrolablemente distintas.
Aquel que se levantó porque quiso, se encarnó en otro a quien se le llamó porque no quería expresar nada en su papel. Un actor fornido, de piel morena, que giraba inconstantemente en su silla sin encontrar su sitio. Llegó y mostró lo que no hacía. Colgaba de su mano la obra constantemente inacabada. La inexistencia de los útiles de trabajo en sus manos, imitaba su propio vacío. Fácilmente deslizaba su cuerpo entre los pasillos porque no transportaba otra cosa que aquello que en su interior se agitaba. Sin embargo, aquél que ya no era, también tuvo siempre para él un regalo de colores que indolentemente aceptaba de vuelta a su lugar de origen.
Uno de tantos días que eran seguidos, desapareció y aunque muchos otros podían hacer la misma función, supo dibujar bien claro su ausencia. Se echaba de menos su cuerpo anguloso y ligero sorteando los obstáculos. Todos preguntaban por él, y aunque acababan substituyéndolo por otro, no lo hacían sin cierta nostalgia. Un extraño vacío se apoderó de los lugares que frecuentaba y el sentimiento de orfandad de los objetos con los que había convivido, se hacía patente a cada instante. Fueron largas horas de no estar, hasta que la cuchilla clavada en su cuerpo se estrelló contra el metal de una mesa durante un torpe paso de otro de los actores. La aguda nota del golpe, agitó el escenario y volvió de repente a ser, en su antiguo lugar, a su propia naturaleza. Cada vez que había faltado, se había ido haciendo más grande a su regreso. El exiguo tamaño de su cuerpo, se rodeaba de un halo de misterio donde se hacían sordas las repetidas preguntas del auditorio.
Volvía cada vez, para inmolarse de nuevo. Rendía cuentas de su destino sin inmutarse, bajo la misma música. Crecía en silencio, como esas semillas que se alojan en el secreto de las grietas al amparo del viento, y no se sabe que están allí, hasta que el milagro se torna hirsuto, verde y valiente retando nuestros pies o la fuerza de nuestras manos. Sus raíces eran tan ubicuas y extensas como el aire, de modo que parecía que hubiera ido cambiando el modo de estar apoyado o deslizarse, por el de flotar. Pero aun así, era amigable y manso, si bien todos podían darse cuenta del agrandamiento de su figura.
Otro día, una actriz menuda y grácil, de esa clase de personas que parece que un halo invisible liberara todo lo suyo  de mácula alguna, se acercó al centro del escenario, para pedir opinión sobre lo que había estado haciendo. Traía con ella toda la gama de artilugios con los que estaba trabajando con objeto de no necesitar nada que no fuera de ella. Todos sonrieron admirados de la perfección con que llevaba a cabo su papel aquel adorable personaje, pero alguien lloró.
Tendido en la superficie, menguado y abatido, aquel ser de acción imparable, se retorcía sin moverse, olvidado por un instante de todos. Sus oídos parecían desbordarse con las carcajadas de un público siempre proclive a la mofa y el escarnio:”-Para estos casos ya no sirves amigo!”- se oía salir como bocanadas tóxicas de las gargantas de los actores.
Por momentos, pareció morir durante aquel lapsus de estúpido desprecio. De una extraña manera su cuerpo se encogía alrededor de su cuchilla clavada ahora presente coma la daga de su propio dolor. En silencio, escondió su agonía entre ajenas sombras y nadie dijo nada, desde que ninguna mirada podía alcanzarle.
Vivía en una sucesión de exaltación y ser ignorado que le era difícil de soportar, pero que sin embargo formaba parte de la substancia de su existencia. Era, como esas cosas imprescindibles que nadie quiere reconocer porque impiden ser totalmente libre.
Aquella mezcla que era de actores y espectadores intercambiando una y otra vez su papel, no era más que la preparación de una función que se repetía hora tras hora, actuando personajes con distintas caras y otros cuerpos, pero con la misma historia  y el mismo final.
El también tenía su tiempo de espectador, pero la historia por la que esperaba para sí, era distinta, aunque desde otra perspectiva, este hecho ocurría en el fondo para todos.
Como sucede cuando miramos, esperamos ver, o quizás sólo vemos, aquello que reconocemos en nuestra propia historia. No todos distinguimos lo mismo sobre el mismo escenario. Para él, sólo eran relevantes, aquellos rasgos que le indicaban si iba a poder realizar o no la función para la que había sido diseñado.
-Yo sólo estoy aquí. No sé de dónde vengo, pero sé a dónde voy. Me consumo en mi inane tamaño. A veces mi cuerpo está frío, a veces virtualmente incandescentes mis aceradas partes.
Todos vosotros habéis usado y abusado de mí hasta el extremo de atragantarme  brutalmente de aquellas anatomías con las que reclamáis mis servicios. No estoy pagado para lo que sirvo, ni valorado en lo que represento. Soy un auxiliar imprescindible preparando a los soldados para la guerra. Pero al final, siempre quedo abandonado e ignoto en algún lugar que, eso sí, casi siempre es el mío: alguna pulida superficie a veces inclinada donde muchas veces me deslizo por mi poco peso, u horizontal, donde me pierdo en el bosque de otros seres más grandes; en el interior de alguna geometría paralepípedicade cartón o madera; en el oscuro seno de acogedores vientres de variadas materias y formas; perdido en la vorágine de manufacturas de origen arbóreo; incluso alguna vez duermo en el dulce abrigo de la mano de algún artista vencido por el sueño o el alcohol.
Tengo, una voz casi imperceptible para vuestros oídos, que a mi sin embargo, me ensordece, y para vosotros es tragedia si se interrumpe su periódico sonar por el girar de vuestra mano.
Estoy aquí, bajo la falsa ternura que suscitan las cosas sencillas que no se quieren reconocer como imprescindibles. No tengo nombre propio, porque en todos los lugares se me llama de igual modo en distintas lenguas y por ello no puedo daros cuenta de una identidad única.
Pertenezco a una familia antiguacon parientes que se pierden en la Prehistoria. Soy un lacerador reconocido como bueno, igual que el cirujano que cercena las entrañas y se acepta de buen grado por la ilusión de extender el existir en el tiempo.
 A mí, a veces, me ha tocado también acabar con vidas ajenas. Sentía que iba a suceder así, cuando algún elemento carnal de esos que se llaman dedos, dejaba sentir su calor en el perfil de mi boca confundido en averiguar, si aquel esfuerzo manual, iba a obtener el fruto deseado. En esos casos, muchas veces ocurría, que se atoraba dentro de mí, el último vástago de un vientre ya exhausto y quedaba allí como el fruto de un sexo no deseado, partiendo después raudos los restos al mismo lugar donde yacente ahora me encuentro.
Llevo conmigo el misterio de la finitud de la vida que es materia, del tiempo que percibimos como un principio y un fin y por eso resulto en el fondo incómodo y se me adjudica un papel secundario. A muchos de mis parientes, los han creado por completo de la misma materia que la cuchilla que llevo clavada en mí y me convierte en yo mismo. Pero ellos, no me han contado su experiencia.
A estas alturas de mi declaración seguramente empiezo a resultar sospechoso, porque todas aquellas cosas que no se pueden etiquetar con claridad resultan incómodas. Muchas de esas personas que me han manejado, en edades tempranas, han sufrido el horror de resultar entonces, inclasificables. No les es fácil encontrar un grupo. Encontrar apoyos. Pero no es mi caso. Me siento socialmente aceptado, aunque quizás peligrosamente cerca de la universalmente aceptada clase de los parias.
Soy un clon, y me ha correspondido presentarme de la mano del maestro en el ámbito de un grupo de aprendices de artistas de los que se espera, luchen por representar lo mejor posible su  papel. Un atípico salón de actos en estado de preparación de una obra en la que historias distintas articulan un relato común.Estoy en un lugar, donde fermentan las más decisivas masas de lo que llamaremos futuro.
No soy alguien, soy algo. Rompieron mi cuerpo a costa de apretar mis flancos. Llegó un momento en que apretarme causaba pudor, porque nadie quería realmente ser el último responsable de acabar con mi naturaleza. Tengo en mis costados marcas verticales que retienen vivamente las carnes de quienes me usan. Una vez, al cabo del tiempo, sirvieron de senda a una hendidura y quedé  proclive ya a romper irreversiblemente. Mi cuerpo es en parte de un material derivado de millones de años de sedimentación vegetal bajo el mar. Dos materias no emparentadas, componen mi estructura y me avocan al desprecio por la incompatibilidad de sus bien diferenciadas resistencias. Tengo entre mis parientes, sujetos mucho más deseados que yo en los que esta dualidad no existe. Pero a mi tipo, a  cambio se nos adquiere más barato que a ellos y además se nos puede investir de distintos colores que nos aportan distintos significados.
Soy un tema que está sobre la mesa. Soy un objeto de deseo. Soy la solución a muchos problemas. Pertenezco al ámbito artístico y así me voy perfilando a mi mismo o simplemente, perfilando.
Soy consciente de que esta vez, estoy urdiendo con palabras casi un enigma. El enigma de quién soy realmente. Es fácil que ya estés deseando verme aparecer en la alfombra roja pero yo estoy más familiarizado con los viajes a la papelera.
Se levantó otro de los actores y me cogió entre sus manos.  Clavó en mis entrañas aquel cilindro delgado de madera terminado en una roma punta rojo sangre que evocaba el final de mis días. Sus dedos índice y pulgar hacían girar la geométrica astilla en mi interior sin compasión. Mi cuerpo exhaló un grito sordo por la brecha lateral abierta si remedio en dirección a la cuchilla de acero que me hacía ser quien soy, servir para lo que sirvo. Se oyeron las quejas del muchacho porque su mano izquierda que me sustentaba, ya no encontraba la resistencia precisa para seguir girando sus dedos sosteniendo el lápiz.
Pero aun así continuó. El director de escena dijo:
-“Tenemos problemas. Creo que este instrumento no va a tocar más.”
Me cogió entre sus manos a la vez cómplices y asustadas, apretó ligeramente a la vez mis costados con la unción con que se adivina que uno le dice a alguien las últimas palabras, y entonces quebré en dos en toda mi longitud y ya no hubo duda.
Sentí en mis últimos momentos la compasión del que queda frente al que se ha ido. Entonces recobrando un instante de vida, sentí cómo desde su sillón tuvo la inmensa deferencia de dejarme volar hasta mi último destino, donde caí, como una mariposa agotada, en medio de otras ya no vidas, donde aún estoy pero ya no me encuentro, ni me buscan.
Toca el timbre. Nuevos alumnos toman el aula. El profesor vive secretamente su duelo. Se van acercando uno a uno con sus consultas sobre el papel. Pinturas a veces de puntas romas inundan la mesa del director de esta particular escenografía.
Pero aquel pequeño objeto de plástico azul, donde la madera de los lápices se hacía torbellino ya no está. Todos aceptan su muerte sin inmutarse. Pronto será substituído.

Autora: María Edelmira Ovies López